La primera semana de agosto de 2023 se llevó a cabo en Salta, con notable éxito académico, el Primer Congreso Internacional de Turismo de Bajo Impacto (Contubai). El suscripto disertó sobre el origen de los Andes, el paisaje y su filosofía.

 

Montaigne, en sus ensayos, decía que "La naturaleza no es sino una poesía enigmática". Desentrañar esa poesía oculta, esa filosofía íntima del paisaje, es la tarea que se proponen los geocientíficos y también los poetas y filósofos. Lin Yutang, el filósofo chino, señalaba que la mitad de la belleza depende del paisaje y la otra mitad del ser humano que la mira.

 

Don Atahualpa Yupanqui nos recordaba que "para el que mira sin ver, la tierra es tierras nomás".

 

Cadenas montañosas, volcanes, salares, géiseres, ríos, cañones, valles, laderas con o sin vegetación, afloramientos de rocas policromáticas, entre otros objetos naturales, aislados o en conjunto, representan un determinado cuadro de la naturaleza, una pintura, un lienzo tridimensional que puede ser contemplado por un observador finito en una determinada coordenada del espacio -tiempo. ¿Existe el paisaje sin alguien que lo contemple? ¿Qué es el paisaje para una persona ciega? ¿Había paisajes antes de la aparición del hombre?

 

La Puna ¿es la misma que visitaron los paleocazadores del Pleistoceno que iban detrás de las megafaunas de mamíferos? Las cataratas del Iguazú ¿son las mismas que vieron los antiguos guaraníes, los misioneros jesuitas o los naturalistas del siglo XIX? Los filósofos han debatido largamente el tema. El sabio alemán Alexander von Humboldt reflexionó sobre esta cuestión y escribió, entre otros, su libro "Cuadros de la Naturaleza".

 

El filósofo George Simmel ha escrito un libro que tituló precisamente "Filosofía del Paisaje". Entre otros conceptos Simmel sostiene: "Nuestra consciencia debe tener un nuevo todo, unitario, por encima de los elementos, no ligado a su significación aislada y no compuesto mecánicamente a partir de ellos: esto es el paisaje". Descartes, Locke, Montaigne, Pope, San Agustín, Foscolo, Petrarca, Kant, Rousseau, Fray Luis de León, Diderot, Buffon, Linneo, Schiller, Galton, Emerson, Thoreau, Schopenhauer, Conrad, Santayana, Unamuno y muchos otros reflexionaron sobre el hombre, el paisaje y la naturaleza.

 

La gestación de la tierra

 

El planeta Tierra evolucionó a partir de la acreción del polvo de la nébula solar. En plena formación, el impacto de un planetoide le arrancó un pedazo que hoy forma la Luna. Desde entonces Tierra y Luna evolucionaron juntas. Luego de una etapa de grandes bombardeos meteoríticos y de una fusión que transformó la corteza en un océano de magma, se produjo el enfriamiento y formación de la litosfera, la captación de agua cometaria e interna que dio nacimiento a la hidrosfera y la generación de una atmósfera primitiva anóxica.

 

Luego aparecería la vida unicelular en el Paleo-Arcaico que daría paso a la vida multicelular para crear una biosfera cada vez más compleja desde fines del Precámbrico hasta la actualidad.

 

La singularidad de la Tierra radica en el punto triple del agua (líquida, sólida y gaseosa), una tectónica de placas activa y una biosfera basada en la química del carbono que se auto sustenta. La dinámica endógena de las placas abre océanos, desplaza y hace colisionar continentes enteros, enciende y apaga el vulcanismo, crea cadenas montañosas, entre otra múltiple fenomenología. Todo ello forma parte de la dinámica interna del planeta alimentada por el calor radiactivo interior.

 

A las deformaciones de la litosfera para generar los relieves se oponen las fuerzas exógenas del clima gobernado por la suma de elementos de la hidrosfera, atmósfera y biosfera motorizados por la energía solar.

 

El agua, los vientos y el hielo trabajan para limar los relieves y reducirlos. Es así como se genera una dialéctica de la naturaleza en la lucha de los elementos internos y externos, cuyo resultado es el paisaje. A lo largo de miles de millones de años, el paisaje ha estado cambiando, mutando, entre situaciones "normales" y situaciones extremas.

 

Extremas fueron las que ocurrieron por la ausencia de biosfera durante el Hádico y el Eo-Arcaico; o durante el pasaje de una atmósfera reductora a una oxidante acompañada de una precipitación planetaria de hierro; o durante el periodo Criogénico en que la Tierra se convirtió en una "bola helada" ("Snow Ball Earth"); o durante el Carbonífero cuando los bosques de plantas sin flores ocuparon los ambientes de polo a polo y generaron la mayor depositación de carbón de todos los tiempos; o durante el Permo-Triásico cuando avanzaron los desiertos a nivel global y generaron extensos depósitos de capas rojas y evaporitas; o durante el Cretácico superior cuando mares someros de aguas cálidas avanzaron sobre los continentes en un símil "Water World"; hasta llegar finalmente a la situación "normal" actual. Incluso dentro de la situación actual, tomando como referencia el último millón de años, se tienen montañas que ascendieron más de 1 km sobre su cota previa; selvas que se transformaron en desiertos y viceversa como en el caso del Amazonas; montañas que estuvieron cubiertas por glaciares hasta su base, o un cuarto, o un medio de su altura, y cuyos hielos finalmente desaparecieron; ríos que cavaron profundos cañones, por mencionar solo algunos hechos sobresalientes.

 

Fuerzas exógenas y endógenas

 

El norte argentino ha sido escenario de profundos cambios geológicos y morfológicos. La Cordillera Centroandina se alzó donde 66 millones de años atrás se depositaban calizas y arenas calcáreas al nivel del mar, en playas frecuentadas por dinosaurios que dejaron sus huellas para la posteridad. A menudo se ha considerado que los vínculos causales entre la elevación de una gran cadena montañosa y el clima actúan en una sola dirección: una elevación montañosa significativa provoca un cambio climático.

 

Hoy se sabe que el cambio climático Cenozoico podría haber causado el levantamiento de los Andes. El paisaje nace de la interrelación de las dinámicas endógenas y exógenas del planeta. Las fuerzas endógenas del volcanismo y el tectonismo son las constructoras del relieve y las fuerzas externas del clima - a través del agua, el viento y el hielo- son las encargadas de destruir esos relieves.

 

El bloque de la Puna se elevó durante el Terciario, abrazado por una cordillera volcánica a occidente y una cordillera tectónica al oriente, lo que generó una estructura orogénica de rumbo norte sur que actuó de freno a los vientos húmedos amazónicos. Los elementos icónicos del paisaje de la Puna son: volcanes, ignimbritas, salares, "redbeds", paisajes marcianos, valles lunares y géiseres.

 

Extensas selvas se desarrollaron adosadas al borde puneño las que pronto serían fragmentadas por la elevación de nuevas cadenas montañosas y desplazadas hacia el este. Los ríos fueron adaptando sus cauces para bordear o atravesar las nuevas sierras formadas. Los primeros cazadores recolectores que llegaron hace solo diez mil años al norte argentino encontraron un paisaje muy diferente al que vemos hoy. Ellos vendrían a inaugurar la antropósfera y todos los cambios que se sucederían desde entonces en el ambiente por la presencia del hombre. Quedaban aún importantes remanentes de hielo de las últimas glaciaciones y muchos salares de la Puna se habían convertido en lagos. Desde aquel momento se repetirían numerosas fases secas y húmedas, frías y calientes.

 

La transformación imparable

 

La "Pequeña Edad de Hielo" acompañó a los españoles de la conquista y la colonia desde el siglo XVI al siglo XIX. Aunque no lo veamos y sea imperceptible para nuestra vida diaria, el relieve ha estado cambiando continuamente. El color de las aguas de un río en el verano nos enseña que allí se están marchando sedimentos arrancados a las montañas. Los cauces socavan en la corteza cordillerana hasta formar profundos cañones y quebradas.

 

Todo lo que parece que está quieto en la cosmovisión fijista de la creación bíblica, en realidad está en pleno movimiento. El relieve fluye y no fue el mismo para un dinosaurio, un gliptodonte, un paleoindio, un conquistador o cualquiera que haya vivido en los últimos siglos en el espacio andino que hoy habitamos. Y tampoco será el mismo que verán las futuras generaciones. El paisaje es equivalente a un palimpsesto con muchas firmas ambientales superpuestas. Desiertos, selvas, glaciares, mares, se reemplazan en una continua metamorfosis del paisaje. El paisaje es un palimpsesto lito-téctono-morfo-climático producto de múltiples causalidades y casualidades a lo largo del tiempo geológico. El paisaje es un fluido, una metáfora del tiempo geológico que encierra una geosemiosis que hay que saber leer e interpretar, mirando en profundidad, con ojos de zahorí.

 

El relieve terrestre actúa como un fluido y muta a lo largo de millones y billones de años generando situaciones globales singulares en el espacio-tiempo.

 

La filosofía del paisaje nos enseña que éste es un fluido en el sentido de Heráclito, donde lo único permanente es la impermanencia y donde el cambio ha sido constante a lo largo de las eras geológicas. Todos somos observadores finitos de un paisaje que fluye imperceptible ante nuestros ojos. Y todos somos testigos circunstanciales en una coordenada espacio - tiempo infinitesimal en el devenir cosmológico de lo que acertadamente se ha dado en llamar la "Gran Historia".