Suelo reenviar la columna con algunas reflexiones complementarias. En este momento de crisis, las medidas del gobierno, que constituye una importante base de entendimiento, no lograron su objetivo, pues los autoconvocados están con bronca. La Carta del Arzobispo dirigida a las partes en conflicto y a la comunidad en general, ayuda a encontrar el camino y a serenar los ánimos. Transcribo, y hago mías, las palabras del Arzobispo.

 

"Nos duele que el conflicto de derechos y deberes divida a nuestros conciudadanos" "Nos duele la violencia que se alimenta en el egoísmo y en la incapacidad de dialogar" "Estamos perplejos ante una situación que revela un preocupante grado de anomia y anarquía que no predispone a recorrer caminos de progreso legítimo y sostenible. La verdad dicha y vivida, la austeridad real de parte de todos, especialmente de los que más tienen, el sacrificio generoso, a ejemplo de nuestros próceres y santos, facilitarán un futuro mejor" "Sólo el diálogo claro y responsable, el testimonio de honestidad, la capacidad de ser creativos y proactivos y la conciencia de la fraternidad ciudadana, pueden ir trazando caminos para edificar una Provincia y una Nación que queremos y merecen las nuevas generaciones"

 

Si escuchamos al Pastor, la paz social es posible

 

Esta frase, tomada de la Grecia Antigua, debe ser aplicada en Salta para superar la crisis provocada por los autoconvocados.

 

La solución dada por el Gobierno, que es asegurar un mínimo por arriba de la pobreza a los docentes y el no descuento de los días no trabajados, es evidentemente un paso adelante para descomprimir el conflicto. Pero lo hizo desde las alturas y provoca rechazo. Por eso la huelga, las movilizaciones y la muy peligrosa huelga de hambre, hasta el momento de redactar esta columna, prosiguen. Lo correcto hubiese sido que la decisión gubernamental hubiese resultado fruto de un acuerdo, donde las partes se traten como iguales. No hablaron de la ley antiprotestas. No se dieron la mano. No convinieron los pasos siguientes. Actualizar la currícula; capacitar a los docentes para implementar la nueva currícula adaptada a estos bruscos cambios tecnológicos. Asegurar un ámbito digno para el ejercicio de su magisterio. No hablaron del Consejo General de Educación ni se acordaron de que durante su vigencia existía una Dirección de Arquitectura Escolar, dónde se resolvían los problemas. Exigieron devolver horas de clase no trabajadas, pero no articularon medidas para recuperar conocimiento.

 

Cuando era niño, la escuela nos capacitaba para trabajar al terminar sexto grado. Algunos ingresaban como aprendices en los diversos oficios. Otros estaban capacitados para pequeños negocios de la vida diaria. Los que enviaban a sus hijos a la educación privada, lo hacían por razones religiosas. No porqué fuera mejor que la educación pública. Hoy, quién puede, los envía a escuelas privadas.

 

Tengo la sensación de que la escuela de los años cincuenta es muy poco diferente a la que nos enseña hoy. El mundo ha cambiado. Nos sustituyen robots. No solo en la construcción de automotores y máquinas de todo tipo. También en la agricultura y en la ganadería. Drones nos informarán el estado de nuestras cosechas y sabremos qué medidas tomar para incentivar la producción. Máquinas autónomas realizan la siembra y la cosecha.

 

Pero también hay robots que piensan por nosotros. Que nos pueden hacer los deberes. Que tienen más conocimiento que nosotros. Corremos el riesgo de que otros nos indiquen como votar, qué comer, dónde viajar, que pensar. Cómo organizar nuestra familia, quiénes deben ser nuestros amigos. Y lo más grave es que los códigos morales, los valores que nos permitieron ser una gran nación, pueden ser cambiados sin que nos demos cuenta. Nosotros debemos SER. Las máquinas solo nos deben ayudar a lograrlo.

 

Esta simple e incompleta enunciación, nos permite concluir que la escuela se quedó en el siglo veinte. La remuneración de nuestros docentes es la punta de un témpano, de un iceberg. Pero lo más importante no puede verse, pero sabemos que está. La buena educación vence al paco y a la anomia. Nos transforma en ciudadanos y no en habitantes que votan.

 

En el año 2022, el gobernador, al inaugurar las sesiones parlamentarias, nos dijo que quería lograr que la escuela forme ciudadanos con independencia de criterio, con valores morales y en condiciones de encontrar un espacio en la nueva era tecnológica, que cambia día a día. No solo no lo ha logrado. Ni siquiera ha encontrado el camino que debemos seguir. Ha desaprovechado la crisis para transformarla en oportunidad.

 

He visto comunicados donde los quejosos expresan que van a sitiar Salta. Intentaron hacerlo y el gobierno lo impidió. Pero no lo hizo armoniosamente. Por ello la repulsa generalizada.

 

Pero tampoco los autoconvocados lo hicieron en su justa medida. Por primera vez Jujuy obtuvo mejores ganancias con el turismo, que Salta. Una protesta debe lograr principalmente el apoyo de la comunidad. Si lo logra, la fuerza resulta innecesaria. No hace falta cortar rutas. Pero si se cortan, en ningún caso se puede impedir el paso de los bomberos, o de las ambulancias. O que una madre busque a su niño al salir de la escuela. O que los empleados pierdan el presentismo. La protesta puede causarnos severas molestias, pero no daños irreversibles. No se deben cortar rutas indefinidamente como método de obligar al Estado a acatar el petitorio. Si los cortes son intermitentes, los damnificados por la molestia, como lo hice y lo vi, harán sonar sus bocinas como adhesión al reclamo.

 

Mandela, 37 años preso injustamente y Mahatma Gandhi, lograron sus objetivos sin el uso de la fuerza. He visto comunidades en la calle, que al paso de quién gobernaba, no le tiraron ni piedras ni huevos. Simplemente les dieron la espalda. Ese desprecio es más poderoso que las piedras.

 

Estoy seguro que las treinta cuadras de protesta. Sin incidentes. Mostrando la magnitud del desacuerdo, fue más importante que los cortes de ruta, pues nos hicieron comprender que el reclamo no es un invento de la izquierda.

 

Para que podamos vivir en su medida y armoniosamente, los que protestan deben encontrar medios más efectivos de apoyo, sin lesionar a terceros. Y el gobierno debe comprender, entender, meterse en la cabeza, internalizarlo, de que quién gobierna lo hace en nuestro nombre. Es el que recibe las órdenes. Es el primer mandatario, el más importante de las personas que deben ejecutar lo que la comunidad les mande.

 

Nosotros somos los mandantes. Quién gobierna es nuestro mandatario.

 

Hay grietas actuales que se superarán con el tiempo. Pero la pandemia y las huelgas, muchas veces causadas por mala praxis gubernamental, acrecientan la verdadera grieta.

 

La de los que saben y las de los que no saben.

 

El que gobierna no puede vivir en una torre de cristal, sin pisar el barro en el que viven los que lo eligieron.

 

 Así nunca tendremos paz ni justicia social.