Yo nací y crecí entre rocas, muestras y notas. En mis casas había mapas, planos, “hojas” en preparación, libros, máquinas de escribir que sonaban rítmicamente traduciendo pensamientos.
Libros grandes y revistas bien encuadernadas, discusiones con colegas sobre cosas que no existen más o de cómo podrían haber sido en otros tiempos o de cómo derivaron los continentes o se desplazaban los glaciares. Historias de 200 millones de años contadas en minutos, para que un niño entienda.
Mis veranos fueron de campamentos, campañas se llamaban. Al Sur, al Oeste al Norte. Pero no eran campamentos de niños exploradores que hacen nudos raros o se orientan con las estrellas. ¡Y cómo los disfrutaba! Fueron campamentos de adultos. El fuego era para comer e irse a dormir y ¡ya! Aprender a usar un teodolito, una plancheta, una regla de cálculo porque sí, por curiosidad. Mirar la luna y calcular su diámetro. Despertando el cerebro, una neurona a la vez.
En mi casa siempre hubo olor a tinta china, porque mi padre dibujaba personalmente los resultados de su investigación. Letra por letra, rayita por rayita, iba revelando pensamientos y conclusiones, volcándolos sobre un papel grueso, casi transparente. Microscopios, lupas gigantes y refractómetros.
Con todo eso a cuestas, nunca me dijo que fuera geólogo. Que fuera lo que yo quisiera y salí sociólogo.
Mi padre no solo era investigador y docente universitario, también me contaron que fue uno de los que crearon el CONICET. Tengo fotos del primer Consejo del mismo con mi padre ahí. Digo me contaron, porque él jamás lo mencionó. Pero yo sé cuánto amaba esa institución.
La defendía, bueno, en aquellos años no parecía necesario defender lo obvio, hoy “la tierra es plana” dice la Presidenta de la Comisión de Ciencia y Técnica de Diputados, imagínense si tenemos que defender lo obvio. Pero la defendía peleando por un presupuesto mayor, mejores sueldos para quienes trabajaban en la frontera de la soberanía, que no solo era estar en el Polo Sur.
Ese grupo de científicos entendía muy claramente que la soberanía no era solo territorial, sino que había un territorio intelectual que se ocupaba con el trabajo de los investigadores y que, paradójicamente, al revés del universo físico de los mapas políticos, puede expandirse sin ocupar territorio ajeno, sin conflicto e incluso en colaboración. Porque es un espacio a descubrir, inhabitado. (Este está inhabitado en serio)
Mi padre no alcanzó a ver el desarrollo de la ciencia durante la “década ganada”, pero cuando al finalizar ese período se inauguró el edificio del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva, solo pensé en lo emocionado que hubiera estado él, porque yo lo estaba, y no dudo que lo hubiera visto también como un logro suyo y de su generación, encarnados en estos discípulos que lo concretaron. Y estoy seguro de que estos habrán hecho suya la frase de Isaac Newton “si he visto más lejos es porque me encaramé en hombros de gigantes”.
Hoy hay que socorrer la soberanía intelectual. Esa que nos posiciona en la frontera, no ya de los límites geográficos, sino la frontera del conocimiento. Una frontera que se expande sin cesar, pero que por culpa de gobiernos de ignorantes o atrapados en el servilismo más cipayo, estamos abandonando.
La ciencia y la educación se están abandonando por órdenes de las potencias ocupantes. Pregunten en la Comisión de Energía Atómica de que hablan los visitantes de EEUU cuando van al Balseiro en Bariloche. Ya tiraron abajo con el presidente riojano al Proyecto Cóndor y hoy quieren terminar con el CAREM o los proyectos de enriquecimiento de uranio, por solo dar algunos ejemplos.
Defendamos la investigación, la educación, la universidad, la salud, en fin, LO público a como dé lugar. Lo público es lo colectivo.
La imagen del investigador solo en su laboratorio es un cliché, y cada vez más falso. Luchemos por hacerlo mejor, por no transigir con mediocres. Ya son 10 años de serrucharle el terreno a la ciencia argentina, a los hospitales, a las universidades.
Tenemos que pararlos ahora, o no quedará nada y un día, un investigador rodeado de muestras, mapas, microscopios y vestigios, se preguntará cómo habrán sido estos habitantes de la Argentina, antes de desaparecer.