Corría el año 1890 y apareció en Salta un personaje extraordinario, un verdadero representante de la obra de Maurice Leblanc, llegado de Buenos Aires, centro urbano gigantesco capaz de producir cualquier tipo de esperpento pintoresco, o de cualquier otra clase.

 

Era un muchacho joven, de mediana edad, cuando pisó tierra salteña y vestía un extraño atuendo de color oscuro del siglo XVIII, muy seguramente de algún ancestro, que parecía más la vestimenta de un obispo que de un caballero ilustrado. Bien parecido de comportamiento versallescamente solemne, motivó que la imaginación local le endilgara el apodo de "Monseñor". Lucía un musical doble apellido que unido al sobrenombre que le daba la prestancia de un auténtico aristócrata, aunque ni un cobre portaba sus raídos bolsillos.

 

Era un hábil dibujante y letrista y se empezó a ganar la vida con buenos honorarios dibujando perfectos carteles y anuncios para los comerciantes de la época.

 

Años después visitó Salta el Circo Criollo de los Hermanos Podestá el cual se estableció en lo que hoy es la plaza Alvarado, que en ese tiempo era un descampado rodeado de grandes árboles. Los traía el inefable Raimundo Parravicini, pintoresco empresario artístico que por lo general traía espectáculos circenses a la ciudad.

 

La cuestión fue que “Monseñor” quedó impactado con el espectáculo e inmediatamente fue a entrevistarse con Dn. Raimundo para ver la posibilidad de entrar en la compañía. En el acto fue contratado como letrista y presentador lo que lo llenó de alegría aunque la paga no era muy buena.

 

Ya terminando el tiempo en Salta y para rematar su estadía, José Podestá le preguntó a Parravicini un lugar para visitar antes de irse y Dn. Raimundo le preguntó a “Monseñor” quién sugirió visitar la feria de Sumalao que en ese momento estaba en su esplendor por ser tiempo de la fiesta patronal. Partieron, entonces, raudamente Pepe y Pablo Podestá, el señor Parravicini y nuestro estimado "Monseñor" como guía.

 

Luego de un interminable y polvoriento traqueteo llegaron a la Feria que se encontraba en su máximo apogeo, con un bullicioso ir y venir de un mundo de gente por la única calle que dividía en dos hileras los precarios negocios hechos de tendejones de lienzo, madera y paja. Artesanías de todo tipo, ponchos y bufandas así como las más variadas especies que los valles ofrecían.

 

Como no podía faltar, el vino y la chicha corrían en abundancia, vendiéndose en todas las carpas donde se bailaba de día y de noche. La zamba, el gato y el escondido eran los bailes predominantes, músicos y bailarines eran incansables y el berberaje era desmesurado por lo que las borracheras eran inevitables.

 

Los visitantes estaban impresionados y como es menester a buenos porteños se vieron tentados a divertirse, tímidamente en un principio para luego desbordarse airadamente.

Entre tomo y obligo fueron entrando en calor y más aún cuando las chinitas los sacaron a bailar al son de la orquesta criolla y el candor de la chicha.

 

Por si la bebida y el baile no fueron suficientes atractivos, también se jugaba a la taba y el amigo Parravicini que tenía fama de clavador no pudo resistir la tentación de echar un tirito. Copó la banca y empezó a ganar. A los gritos festejaba cada vez que el hueso caía en suerte y les gritaba a los paisanos: - PUCHA QUE SON FLOJOS PARA RASCARSE EL BOLSILLO, DEJEN DE TENER MIEDO A ESTE CAJETILLA Y JUEGUENSÉ MAULITAS SALTEÑAS!!!!

 

A ninguno de esos rudos hombres de campo les simpatizó las arengas del porteño, y entre los vidriosos y sanguinolentos ojitos empezó a brillar unas chispas de ira.

 

- ENTONCES VAYAN DESPEJANDO CARAS DE CHICHA Y APRENDAN A TIRAR LA TABA!!!! Gritaba a pleno pulmón el hombretón mientras los Podestá miraban ya con miedo a la gente que los observaban con un tenebroso silencio.

 

Don Raimundo estaba totalmente desbocado y bailando como un loco empezó a repartir billetes entre las mujeres que en un enjambre de manos femeninas garrapateaban los patacones que se lanzaban a la marchanta.

 

Esa fue quizás la gota que rebasó el vaso y la trifulca se desató con inusitada violencia. Golpes de puño, chirlos a doquier, talerazos y buenas rasguñadas de las mujeres silbaban el aire enrarecido de la carpa. Hasta que se vio el destello de un puñal que arteramente atravesó el cuerpo desprevenido de "Monseñor" que la ligó sin arte ni parte.

 

Cuando llegó la policía a puro palo calmó los ánimos, pero ya era tarde porque nuestro ilustre personaje yacía sin vida en el polvoriento piso de la carpa.

 

- COSAS QUE PASAN, dijo un paisano y la gente siguió tomando y bailando mientras retiraban el cuerpo de nuestro personaje.

 

Para los hermanos Podestá fue una experiencia terrible pero maravillosa para contar en su Buenos Aires pero nuestra Salta había perdido un muchacho muy querido.

 

  1. Esta historia puede no ser cierta, ya que fue recavada del colectivo de la memoria popular de algunos viejos que la contaban. Lo que si, pude constatar que efectivamente los hermanos Podestá estuvieron en Salta para esa época y visitaron la Feria de Sumalao como se puede verificar en el libro "MEDIO SIGLO DE FARÁNDULA" de José J. Podestá editado por Osvaldo Pellettieri .