En esta columna trato de alertar sobre la necesidad de que Argentina recupere el protagonismo de los trabajadores en la escena política, desaparecida desde el momento mismo en que el peronismo dejó de ser un movimiento. No es su reconocida capacidad de movilización lo que necesitamos, sino su pensamiento crítico sobre la historia reciente y lo que está ocurriendo en este momento. La anomia que nos caracteriza en este momento, no solo es de las personas. Es principalmente de los movimientos políticos, desesperados únicamente por los votos e incapaces de proponer una solución coherente y creíble sobre nuestros grandes males. Un aporte desde una estructura sindical modernizada, es una necesidad para los argentinos

 

Hace pocos días, tuve el inmerecido honor de ser invitado a unas jornadas sobre Energía, organizada por la Confederación General del Trabajo de la Provincia de Salta. Asistieron más de cuarenta secretarios generales de sindicatos, lo que demuestra dos cosas importantes. La primera es que se está consolidando la unidad de los trabajadores alrededor de una Central única. La segunda es que están comprendiendo que tienen el derecho y el deber de emitir opinión en los temas más importantes para Argentina y para Salta.

 

Los trabajadores constituían la columna vertebral del Movimiento Justicialista, y tenían una representación política acorde. En muchas provincias designaban el vicegobernador y en algunas, el gobernador fue un trabajador. En los municipios, en las provincias y en la Nación, tenían una inserción natural en los estamentos legislativos y el Ministerio de Trabajo les correspondía. Era un reconocimiento natural a sus luchas, sufrimientos, asesinatos, prisión, torturas y hasta el exilio.

 

Ese protagonismo ha desaparecido, pues el Justicialismo ha dejado de ser un movimiento, en el que los trabajadores eran parte esencial, y hoy es solo un partido político -Perón lo llamaba la herramienta electoral-.

 

Además, y especialmente en Salta, ha dejado de ser el no solo el movimiento mayoritario que incluía a todos los sectores. Ha dejado de ser, también, el partido mayoritario.

 

Los trabajadores, en este momento histórico, no tienen representación parlamentaria por su peso político. Aceptan lo que buenamente le conceden desde las distintas organizaciones que se asumen peronistas.

 

Y aquí llegamos a la razón del título de esta columna. Los trabajadores tienen ahora un piso muy bajo, pero en la medida de su organización y su protagonismo en las cuestiones fundamentales, no tienen techo. Pueden llegar a incidir decisivamente en la vida de los argentinos. Más aún, pueden llegar a ser la conducción de todos.

 

Pero para ello se requiere unidad, organización y capacitación permanente de todos sus referentes, de modo tal que la opinión de los trabajadores sea una palabra autorizada.

La función fundamental de los sindicatos es el mayor bienestar posible para sus afiliados.

 

Eso, en circunstancias normales, resultaría suficiente. Pero la Argentina no tiene rumbo y además tiene una doble conducción. Los partidos políticos se transformaron en cáscaras vacías, abandonando su rol principal que es la de proponer soluciones a los problemas de la comunidad, capacitando a sus dirigentes, no solo políticamente sino también para que sean excelentes funcionarios. Tal como marca la ley de partidos políticos, que ninguno cumple.

 

No se ve la luz al final del túnel. No existen propuestas coherentes, pues los dos sectores políticos en pugna nos conducen por senderos que nos llevan a la misma parte.

 

Educación y salud deficientes. Aumento de la pobreza y la marginalidad e irrelevancia internacional.  La grieta, que nos perjudica a todos, la agigantan los que lucran con ella para aumentar su caudal de votos, que es el único objetivo visible.

 

Pero hay un sector que no tiene responsabilidad en esta debacle: el de los trabajadores.

 

Por ello, reitero, no tienen techo, en la medida que su organización moderna y solidaria formule propuestas coherentes que sean receptadas por los argentinos.

 

Nuestra situación anómica requiere que no se limiten solamente a sus problemas internos. Tienen que recuperar su peso político para evitar el pensamiento único que tratan de instalar cada uno de los sectores políticos.

 

Y si son capaces de formular propuestas razonables, como ocurre en muchos lugares del mundo, reitero, pueden ser nuestra conducción. Otra voz con peso político y coherencia, evitará la grieta y obligará a consensuar las medidas fundamentales.

 

 Recordar a Lech Walesa, obrero de astilleros, que fundó Solidaridad, el primer sindicato libre en la Europa del Este comunista. Luego  Premio Nobel de la Paz y presidente de Polonia. Asimismo, a Lula, en Brasil, obrero metalúrgico que produjo un crecimiento económico sin precedentes y logró el ascenso socio económico de millones de brasileros. Ambos siguen activos.

 

Evo Morales, llegó a presidente de Bolivia de la mano de los cocaleros, una especie de sindicato de los pequeños productores de coca.

 

Entre los salteños recordemos a Xamena y a Olivio Ríos, ejemplos de honestidad y entrega.

 

Recuerden que solo representan la mitad de los trabajadores. La de los registrados. Pero la otra mitad son informales, que no tienen una organización que los defienda. Recuerden también a los desocupados y a los Ni NI.  Ese es otro deber de la nueva CGT.

 

No se olviden que para repartir la riqueza primero hay que generarla. Para ello necesitamos inversores que generen trabajo decente y que ganen dinero. Los trabajadores son el eje de este crecimiento. Tienen que pelear por reglas que aseguren continuidad. Y aun cuando sean capaces de obtener un espacio preponderante, deben consensuar. Tengamos presente que el empleo privado baja y el empleo público crece abruptamente.

 

 Creo que el acuerdo entre los inversores de Vaca Muerta con los trabajadores, es el camino a seguir.